La cosa no va de amor. La cosa va de mí. (¡Qué
ser más narcisista!)
No, no juzgues antes de tiempo o quizás
pienso yo que juzgas con antelación. No sé, es lo que me enseño la experiencia.
Mi ser en su absoluto representa caos. A
veces me hablo a mí misma y no le encuentro sentido a mis palabras. Como si
tuviera ojos para mirarme a los ojos, me observo como un títere rehén de una
mente perturbada.
Cuando hablo (si es que hablo) con los demás,
me pregunto cómo me entenderán cuando de mi boca solo emerge un relío de
palabras. ¿Cómo alguien ajeno a mi ser puede entenderme cuando ni si quiera mi
alma lo consigue?
Todas mis frases acaban en un ‘no sé’ porque
así es, no sé qué diantres quiero expresar… Pero, aquí estoy delante de una
hoja medio en blanco, con palabras que se hacen oír en mi cabeza para ser
protagonistas de una historia. ¿Qué historia? ¿Acaso deseo realmente hablar de
mí? Ni si quiera me considero algo que deba tener vida, cuánto menos de plasmar
en un papel las palabras que reflejen su alma.
A veces hablo de mí en tercera persona,
porque no sé si soy yo la que habla o es otra. (¡Qué tonterías dices!) Solo te
digo a ti que me lees, si es que existe un alma que me lea, que no deseo que me
entiendas. Significaría mucho dolor para ti.
Y así, queriendo expresar mucho y sin
entenderme demasiado, me despido. Hasta que las palabras quieran ser
protagonista de una nueva historia.
I.A.